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El tufillo

No necesito dejar aquí las palabras huecas de la RAE. Todos sabemos lo que es el tufillo. Ese aroma casi imperceptible, que no sabemos muy bien de dónde viene ni a dónde va… unas moléculas levemente agresivas que impregnan nuestra pituitaria sin que podamos hacer nada para restregárnoslas y sacárnoslas de ahí adentro. El tufillo llega sin que nos demos cuenta y puede salir de cualquier parte, incluso de un artículo de periódico aparentemente inodoro.

Por ejemplo, de este

Muere una mujer al caer de la ventana que limpiaba

Es un suceso. Pero hasta en los sucesos huele. Porque cuando alguien se relaja, cuando alguien sin querer se deja escapar, la inmundicia sale. Y produce ese tufillo incómodo en la lectura. Es el perfume acre del «qué me quiere decir este que no me dice pero que me deja un rastro de rata muerta, como a los perros entrenados para cobrar la pieza del amo que espera siempre con la escopeta a salvo y orgulloso».

Y ese perro soy yo y somos todos los lectores de «Muere una mujer al caer de la ventana que limpiaba». Todos agarrados por la correa del periodista que nos deja el tufillo para que olisqueemos la podrida carne que está ahí esperando. Y nos azuza, nos excita las papilas, nos chasquea la lengua, nos anima con exclamaciones guturales… Hasta que llegamos y mordemos babeando, hasta que absortos ya por el olor de todas esas cosas que a nosotros los lectores de un periódico tan nuestro nos entontecen, esos olores que huelen al periodismo comprometido, a la voz de los sinvoz, al débil contra el fuerte, etcétera, entonces llegamos y mordemos ya obnubilados, ya extasiados, donde quería nuestro amo: «Pisos de lujo».

Y entonces, si tenemos un segundo de lucidez, entendemos que todo empezó con ese tufillo que iban soltando al hacer reacción cadenas de palabras como «familia acomodada»; «luchó tanto por su niña»; «policía declinó informar»…

Y si podemos recobrar el sentido observaremos como hemos caído sin remisión, absortos, sobre la pieza cuyo corazón reventado quedó esparcido sobre estas líneas: «El edificio en el que ocurrió el accidente es un bloque de pisos de lujo, con una vivienda por planta -unos 250 metros cuadrados- y cámara de vigilancia en el portal.»

Una noticia a cuatro columnas con dos fotos en el cuadernillo de Madrid. Un domingo, 22 de noviembre de 2009.

Un titular para una conversación… ¿tú qué piensas?

Portada de el periódico El País 3-9-2009

Ejemplo de demagogia en un periódico hoy: «Los políticos preocupan más que el terrorismo, según el CIS».

He enviado este twit esta mañana con mezcla de indignación y sorpresa, como siempre me pasa cuando ‘mi’ periódico hace algo que no me gusta.

Y tras él, he comenzado una interesante conversación con @ikaitor, que espero que no se haya interrumpido… (hay qué ver lo fascinante que es tratar de decir muchas cosas en 140 caracteres. Para los charlatanes como yo es un ejercicio fantástico).

Aprovecho aquí para explayarme:

No es posible. Es metafísicamente imposible que a alguien (en España) le preocupe más un político corrupto que un terrorista. Es imposible porque nadie puede pensar que es mejor que le roben a uno que que le maten… no se puede. De hecho nadie lo piensa realmente. Otra cosa es que:

1- ETA ya no mate como antes

2- Los periódicos están últimamente llenos de casos de corrupción política

3- Sea razonable que ahora la percepción de los problemas del país basculen de uno a otro, según dé el aire

Para mí, lo preocupante es el subtexto, la ambigüedad que transmite ese titular:

La corrupción política (la de los maletines, las comisiones, los desvíos de fondos; porque hay otras corrupciones políticas de las que no se habla) es, al menos, tan mala como el terrorismo, según los españoles. Y eso, insisto, no puede ser. Nadie lo piensa realmente, porque es imposible pensar así. Como prueba de cargo, me remito al titular interior, que no tiene nada que ver con el de portada.

Es común echarle la culpa al político de todos los males, incluso de aquellos sobre los que no tiene culpa (ya se sabe piove?, porco governo!), pero se supone que el periodismo debe ayudarnos a comprender el mundo que nos rodea y no darnos las mismas pistas que podríamos sacar de la tertulia en un bar (con todos mis respetos a los bares, las tertulias y sus respetabilísimos asistentes). Y eso, creo, es lo que ha pasado con el titular de portada del diario El País hoy.