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La Justicia es ciega, pero los medios son videntes

Todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario; pero algunos somos más inocentes que otros que diría el cerdo orwelliano. Y esto sucede porque está en la naturaleza humana, (cita requerida), al parecer, tomarse la justicia por su mano. Aunque sea en los bares.

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/De los medios no cabe decir otra cosa. Supongo que porque también se componen de naturaleza humana. Es decir, condenan antes de tiempo y pocas veces serán verdaderamente imparciales. La diferencia está en que en la taberna, (la Corte Suprema del hombre de calle) se hará mucho más explícito, pero en la redacción todavía hay que disimular y hacer esfuerzos para que no se note. Pero se nota. Porque los textos se llenan de «presuntos» y de «supuestos», profilácticos ante el virus del sesgo, pero los medios son una sentencia en sí mismos y cuando eligen una foto o cuando colocan la noticia están dictando su fallo. Sigue leyendo

El tufillo

No necesito dejar aquí las palabras huecas de la RAE. Todos sabemos lo que es el tufillo. Ese aroma casi imperceptible, que no sabemos muy bien de dónde viene ni a dónde va… unas moléculas levemente agresivas que impregnan nuestra pituitaria sin que podamos hacer nada para restregárnoslas y sacárnoslas de ahí adentro. El tufillo llega sin que nos demos cuenta y puede salir de cualquier parte, incluso de un artículo de periódico aparentemente inodoro.

Por ejemplo, de este

Muere una mujer al caer de la ventana que limpiaba

Es un suceso. Pero hasta en los sucesos huele. Porque cuando alguien se relaja, cuando alguien sin querer se deja escapar, la inmundicia sale. Y produce ese tufillo incómodo en la lectura. Es el perfume acre del «qué me quiere decir este que no me dice pero que me deja un rastro de rata muerta, como a los perros entrenados para cobrar la pieza del amo que espera siempre con la escopeta a salvo y orgulloso».

Y ese perro soy yo y somos todos los lectores de «Muere una mujer al caer de la ventana que limpiaba». Todos agarrados por la correa del periodista que nos deja el tufillo para que olisqueemos la podrida carne que está ahí esperando. Y nos azuza, nos excita las papilas, nos chasquea la lengua, nos anima con exclamaciones guturales… Hasta que llegamos y mordemos babeando, hasta que absortos ya por el olor de todas esas cosas que a nosotros los lectores de un periódico tan nuestro nos entontecen, esos olores que huelen al periodismo comprometido, a la voz de los sinvoz, al débil contra el fuerte, etcétera, entonces llegamos y mordemos ya obnubilados, ya extasiados, donde quería nuestro amo: «Pisos de lujo».

Y entonces, si tenemos un segundo de lucidez, entendemos que todo empezó con ese tufillo que iban soltando al hacer reacción cadenas de palabras como «familia acomodada»; «luchó tanto por su niña»; «policía declinó informar»…

Y si podemos recobrar el sentido observaremos como hemos caído sin remisión, absortos, sobre la pieza cuyo corazón reventado quedó esparcido sobre estas líneas: «El edificio en el que ocurrió el accidente es un bloque de pisos de lujo, con una vivienda por planta -unos 250 metros cuadrados- y cámara de vigilancia en el portal.»

Una noticia a cuatro columnas con dos fotos en el cuadernillo de Madrid. Un domingo, 22 de noviembre de 2009.